Mi primera travesía no la planeé, simplemente se presentó la oportunidad y decidí tirarme al vacío, porque realmente lo mejor de la vida sucede, cuando no planeamos las cosas y aprendemos sobre la marcha.
Confieso que la idea de pedalear 150 km era muy desafiante y temerosa, pero al final mi intuición me respaldó y acepté el desafío, porque si algo he aprendido en la vida es que el miedo siempre va a arruinar nuestra vida, si no lo controlamos y lo utilizamos a nuestro favor.
Era un domingo a las 6:30 am, llovía y las cobijas invitaban a dormir. Pero con mucha voluntad llegué al punto de encuentro. Era mi primera vez con el grupo y no conocía a nadie.
Evidentemente la gente que estaba allá, era gente mayor de alto rendimiento y uno que otro joven. Conformaban un grupo de 20 personas, ya establecido; llamado el grupo de los Leones.
Evidentemente la gente que estaba allá, era gente mayor de alto rendimiento y uno que otro joven. Conformaban un grupo de 20 personas, ya establecido; llamado el grupo de los Leones.
Salimos a las 7 am, acompañados por algunas gotas de lluvia y por mi parte, con muchas expectativas e ilusiones. Siempre que compito y entreno, me doy cuenta de lo mucho que admiro a los deportistas, en especial a los de nuestra casa. Porque es ahí donde uno tiene la capacidad de comprender sus logros, alegrías pero también tristezas y fracasos. Y saber que el sacrificio de cada uno, su disciplina y su pasión son tomadas con mente y mucho corazón.
Por otro lado, no saben la bonita experiencia que es montar sobre dos ruedas y conocer a fondo cada lugar, que antes ignorabas cuando viajabas en carro. Por eso durante el recorrido (Ciudad Jardín-Alfaguara-Potrerito-Timba-Suarez-Salvajina) le agradecía a Dios por cada bajada y también por cada subida, escuchar la naturaleza, el aire, desconectarme del mundo y encontrarme a mí misma. Conocer nuevos pueblos, lugares y paisajes encantadores. Que los habitantes te den un caluroso saludo sin conocerte, simplemente porque son así de amables y ver que no necesitan de muchas cosas materiales, para ser felices. Ver a los niños correteando unos a otros, reír, ayudar en los deberes de su casa de manera voluntaria, eso es invaluable.
Y como objetivo final y el mejor premio; agua cristalina y pura, -resulta inevitable no querer bañarse en ella-, recargar energías para volver al destino y de igual forma quitarse cualquier mala vibra. Es cuestión de placer, nada más.
En mi primera travesía, aprendí a cortar el viento, aprendí que si no hay pinchazo el paseo es incompleto, aprendí que tengo que asegurar mis piernas, así como JLo aseguró su “derriere”, aprendí que no es necesario, comenzar siempre por lo más fácil, porque cuando crees en lo que puedes lograr y tienes la confianza y la de los demás en ti, todo se puede lograr. Y lo más importante agradecerle a Dios siempre por cada día, por la salud y por encontrarme con personas queridas, desinteresadas y pendientes de uno, aunque no te conozcan.
Confieso que llegué a mi casa (4:00 pm) muerta del cansancio, con hambre y exhausta. Es más, casi no llego, pero la verdadera la terapia consiste, no en lo que sienta el cuerpo en ese instante, sino en el alivio que siente el alma después. Te lo aseguro... eso no te lo quita nadie y entre otras cosas no hay nada más rico que dormir con mucho cansancio y levantarte al otro día glorificado y con el alma feliz, dispuesta a más desafíos.
Si lo cuento suena chévere, pero en realidad quien lo vive es quien lo goza, así que no tengas miedo de intentarlo y darte el lujo de hacer una pausa, para deleitarte con los placeres simples de la vida porque es la única manera de vivir de verdad.
Esa fue mi biciterapia; un espacio entre la bici, la naturaleza, el contacto humano y yo, un momento de reflexión y conexión.
Mi domingo feliz.
Mi domingo feliz.
Escribiendo desde mi castillo encantado, Soficienta.







